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26 abril, 2018

BUSQUEMOS PALABRAS PARA NOMBRARTE

Cada uno de nosotros ha podido llegar a ser voluntario por distintos motivos. Pero una vez que estamos ahí, compartiendo tiempo y vida con otras personas a las que nos sentimos llamados a ayudar y acompañar, tenemos que intentar que desde la tarea que realicemos, configuremos pequeños espacios de escucha y de encuentro. Porque probablemente, en muchas ocasiones coincidamos con personas que tienen unos recorridos vitales por donde transita el dolor, la crisis, el sufrimiento… que las han hecho llegar hasta donde están.

Nuestro posicionamiento ante esto no será nunca neutro. Comenzando por nuestra historia personal que va configurando nuestra manera de mirar a la persona que tenemos delante, la manera en la que nos impacta y nos emociona, nos interroga y nos interpela. E inevitablemente, esto se va a reflejar en lo que hacemos y en cómo lo hacemos.

Queremos ayudar, queremos ser partícipes del crecimiento del otro. Por lo que podemos hacer nuestra, la misma pregunta que se hacía Carls Rogers: “¿cómo puedo establecer una relación que esta persona pueda utilizar para su propio crecimiento personal?”

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BUSQUEMOS PALABRAS PARA NOMBRARTE

La respuesta a esa pregunta, va encaminada a un tipo de relación donde la persona pueda potenciar, desbloquear, o aprender recursos que le permitan reencontrarse consigo misma y con esa vocación de humanidad a la que todos estamos llamados.

Si a este proceso pudiera ponerle un título, este sería: “busquemos palabras para nombrarte”:

  • Busquemos: porque implica una actividad conjunta, entre dos, en un contexto que permita alcanzar las cotas de intimidad y apertura necesarias para poder actualizar el pasado doliente en presente como elemento de crecimiento.

Buscamos juntos, pero no revueltos; de forma generosa, pero no invasiva; poniendo uno en juego sus recursos, con sus grandezas y sus limitaciones, de forma auténtica, empática y con una aceptación positiva e incondicional. Y poniendo otro su implicación, su autoapertura, su responsabilidad en el propio proceso.

  • Palabras: la comunicación y la palabra generan el espacio adecuado para ponerse en marcha. A lo largo de nuestra vida, las heridas propias de nuestro caminar, a veces se hacen demasiado presentes y nos separan de nuestro presente pleno. Vivimos más o menos integrados, más o menos rotos, más o menos cargando con historias no cerradas que no nos dejan avanzar. La palabra y su capacidad para el encuentro usada en este contexto, puede ser la vía que permita al otro ponerse en frente de sí mismo, y vivenciar, restaurar, dar un nuevo sentido, que una lo que tiene separado, roto, fragmentado.
  • Para nombrarte: porque el cambio se produce en la manera en la que vamos reconstruyendo el discurso de nuestra vida, reconociéndonos. En esta relación, me pongo, con todo lo que soy, al servicio del otro, para ayudarle a definir su realidad; trabajando para que el otro vuelva a nombrarse, aclarándose sobre quién es, más allá de sus problemas y dificultades, de una manera única y personal, global… Para que desbloquee y despliegue sus recursos…

 

LOS TRES INGREDIENTES

Como antes apuntábamos, cuando nos disponemos a establecer una relación de ayuda que genere un espacio donde el otro pueda asumir el riesgo de cambiar, hay ingredientes que no pueden faltar:

  • La autenticidad: Bermejo diría que “es la capacidad de ser él mismo en la relación, sin máscaras”. Es ponernos frente al otro con todo lo que somos, sin artificios, de forma congruente y coherente. Implica la sinceridad de reconocer lo que la otra persona nos genera. Esto no siempre es fácil, porque requiere no negarnos a nosotros mismos, saber vivenciar y manejar los sentimientos que albergamos y decidir cuándo es oportuno, si lo es, comunicarlos.

Podemos revelar contenidos o podemos hablar de los procesos, de lo que yo siento en la interacción, en el aquí y ahora.

Ser flexible en esta apertura personal transmite autenticidad, pero tenemos que tener cuidado con no superar el umbral de lo que el otro quiere saber.

Es trasmitir que nuestra entrega es sincera, que el otro nos importa.

  • La empatía: cuando trabajaba en un centro de menores hace ya unos cuantos años, viví la siguiente situación: iba a tender la ropa a la terraza, al sexto piso. El ascensor sólo llegaba al quinto, donde había un hogar de pequeños. Al salir del ascensor con el cubo con mis sábanas recién lavadas, uno de los pequeños se acercó a mí, y con cara de “te comprendo”, me dijo: “¿tú también te meas?”, me dio la mano y me acompañó a la terraza.

Es verdad que ese pequeño no percibió correctamente mi estado, no adoptó mi marco de referencia, sino el suyo,  pero sí comunicó de forma clara y evidente su disposición a entender sin juicio, lo que el creyó que yo estaba viviendo, mi estado emocional.

Cuando nosotros hablamos de empatía, a esta acogida natural del “tú también te meas”, habría que añadir la capacidad para percibir lo que la otra persona está experimentando, a través de habilidades concretas como la escucha activa y la respuesta empática, animando a contemplarse y a explorar. No nos difuminamos en lo que el otro siente: lo recibimos, lo acogemos, lo comprendemos. Empatizar no es dar la razón ni estar de acuerdo, sino reconocer que tiene motivos para sentirse o actuar como siente o actúa.

  • La aceptación incondicional: Todos soñamos con esto. Todos queremos sentirnos queridos y aceptados por ser quienes somos, sin más. Por eso tal vez sea este ingrediente uno de los que más posibilita el cambio real. Es una experiencia que en sí misma es liberadora y regeneradora. Tausch y Tausch, hablan de la consideración positiva en los siguientes términos:
    • Se acepta a la persona como ser original, único e irrepetible
    • Se le acoge sin condiciones previas
    • Se respeta su yo sin presionarle a modificarlo
    • Se le valora positivamente por ser quien es, tanto verbal como no verbalmente
    • Se le manifiesta aprecio, más por lo que es que por lo que hace, tiene o sabe
    • Se le estima por los valores que tiene, sin compararle con otros.
    • Se le reconocen las cualidades, incluso las no desarrolladas
    • Se le estimula a desarrollar capacidades propias, reconociendo los avances que va logrando
    • Se le impulsa para que no se contente con ser menos de lo que puede ser.

Esto implica no juzgar y acompañar en el proceso de búsqueda de nuevas formas de enfrentarse al mundo y a sí mismos.

Arnold Lazarus dice que “aunque los terapeutas pueden enfrentarse enérgicamente a los comportamientos inadaptados, siempre reconocen la dignidad del cliente”. Cuando notemos que esto no es así, tendremos que decidir si somos la persona adecuada para realizar ese acompañamiento.

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NOS DISPONEMOS… A ESCUCHAR

Y con todo esto, nos ponemos a escuchar. La relación de ayuda es un proceso acumulativo de cuatro fases que van a requerir la incorporación de actitudes y destrezas.

Escuchar de forma experta, requiere aprendizaje y experiencia, sustentado en las actitudes que hemos visto anteriormente. Hay que hacer silencio interior para ponerse en disposición de escuchar el contenido, lo que dice, cómo lo dice, sus matices, los detalles significativos, las contradicciones, las palabras claves; escuchar su mundo emocional, los sentimientos implícita o explícitamente expresados; su corporalidad, sus silencios…

Pero también implica responder de tal manera que el otro sienta que comprendemos lo que dice y ampliamos su campo de visión, sin caer en interrogatorios, respuestas de juicio de valor, o interpretativas, o de apoyo-consuelo, o de tipo “solución de problemas”.

Tal vez, el lugar que me toca ocupar en la organización en la que estoy, no implique el desarrollo de todo el proceso. Pero si tenemos claro el concepto y las actitudes necesarias podemos ir creando espacios de escucha que les hagan sentir que también ellos tienen algo que decir y decirse para que su historia sea elaborada, celebrada y, si es necesario, perdonada.

 

Carmen López Siller

Orientadora. Psicóloga-Psicoterapeuta

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