4 enero, 2018
VENCER LA MÍMESIS
En una sociedad como la nuestra, tan moderna e igualitaria en las leyes, digitalizada, con nuevos paradigmas y escalas progresivas en la comunicación (2.0, 3.0), numerosos estudios nos muestran sin embargo, que determinadas características de los modelos tradicionales de masculinidad y de feminidad siguen estando muy presentes. Continuamente se visibilizan desigualdades y sesgos de género entre hombres y mujeres, como por ejemplo la elección de los estudios universitarios: ellos optan por estudiar ingeniería, arquitectura o una carrera científica, mientras que ellas prefieren estudiar medicina, derecho, ciencias sociales o ciencias de la salud.
Como no podía ser de otra manera, también existen diferencias en el ámbito del consumo de sustancias psicoactivas. El consumo de drogas ilegales está más extendido entre los hombres y el consumo de drogas legales como el tabaco, alcohol e hiposedantes es más frecuente en las mujeres. Pero esta disimilitud no es tan evidente entre la población joven. La OMS ya está advirtiendo sobre los cambios en los patrones de consumo en las adolescentes. En concreto, se está reduciendo la brecha en los consumos intensivos de alcohol por parte de las jóvenes en espacios públicos.
Fenómenos como el botellón, las borracheras y el binge drinking han igualado las conductas entre ambos sexos. Como existe el discurso de la cultura de la igualdad, todas y todos podemos divertirnos de la misma forma y siguiendo las mismas pautas, ya no hay que esconderse para tomarse un chupito de whisky, como hacía Scarlett O´Hara. Hoy, las adolescentes identifican el alcohol como una parte de su vida social, como estrategia de diversión y como una forma de fortalecer relaciones interpersonales.
Es cierto que las variables socioculturales son distintas en cada momento histórico. Hace cien años, las mujeres no podían vestirse con libertad, llevar pantalones públicamente, cortarse el pelo a lo garçon, votar, divorciarse, administrar sus propios bienes en el matrimonio, fumar o beber en el espacio público. Entonces el tabaco y el alcohol se consideraban símbolos masculinos relacionados con el poder y el éxito. Postularlos para las mujeres se interpretaba como un acto de rebeldía, de transgresión y sobre todo de reivindicación de los propios derechos femeninos.
Aunque muchas de estas variables no son las mismas que hace cien años, tengo la impresión de que cualquier estrategia de cambio que pretenda reformular los códigos normativos de género adolece del mismo punto de partida: copiar prácticas y valores propios del estereotipo masculino. Parece que para definir nuestra subjetividad y desafiar los dictados tradicionales que una sociedad androcéntrica como la nuestra nos inculca, nos cuesta mucho abstraernos del referente masculino y nos abocamos en masa a copiarles en sus conductas y hábitos.
Cambian las apariencias, se imitan comportamientos pero realmente entre los chicos y las chicas jóvenes no hay tanta libertad, ni transformación en los procesos sociales en los que se produce este consumo, evidenciándose situaciones de desigualdad. Sobre todo porque a ellas las coloca en una posición de mayor vulnerabilidad, siguen estando más penalizadas socialmente por su conducta y pueden verse involucradas en prácticas sexuales de riesgo, agresiones sexuales y violaciones.
A pesar de que estamos en el siglo XXI, el doble estándar de género sigue estando muy presente generando esa paradoja irresoluble entre la construcción de la identidad individual y colectiva de las mujeres, el mantenimiento de determinados mandatos de género tradicionales y la percepción de la igualdad y la libertad como una proclama ya conseguida entre la juventud. Resolver esta paradoja y superar el efecto imitación del modelo masculino es el nuevo desafío al que nos enfrentamos.
Yolanda Fernández Vargas, Directora Gerente de Federación de Mujeres Progresistas
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