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4 enero, 2018

DE LAS NECESIDADES A LOS VALORES

NECESIDADES FUNDANTES DE LA PERSONA

Para prevenir hay que conocer a nuestros hijos. Claro que hay que estar informados de las sendas por donde el consumo de alcohol y de otras sustancias salen al encuentro de los chavales. Eso hay que conocerlo. Pero también es preciso saber detectar qué necesitan nuestros hijos. Damos respuesta a sus necesidades de alimento, vestido o desplazamiento y poco a poco, y en la medida de nuestras posibilidades, seguimos respondiendo a cuestiones que quizá ya no son necesidades sino caprichos de última moda, vinculados con todo tipo de disfrute tecnológico, que es el gran espacio de consumo donde vuelcan el ocio de forma mayoritaria los chavales.

Pero lo realmente importante es detectar las necesidades profundas que toda persona tiene y que en los adolescentes y jóvenes se muestran de forma muy abrupta y hasta camuflada. Tenemos experiencia de que un bufido de nuestro hijo es una muestra de ¡“hazme caso”! Todos sabemos que el hecho de beber de modo atropellado llena un vacío, ocupa un lugar; de alguna forma cubre necesidades no satisfechas.

Hay necesidades físicas y que se mueven en el terreno de las cuestiones más prácticas y vitales: alimentarse, vestirse, desplazarse. Sin embargo, hay otras que tienen que ver con la construcción moral de la persona. Tomamos en cuenta alguna de las necesidades básicas que podemos vincular con la etapa adolescente. Mostraré tres necesidades que posteriormente vincularemos con tres valores. Evidentemente hay más necesidades que mostrar, pero vaya por delante este aperitivo.

  • El orden. La persona necesita orden interior para vivir y poder desarrollarse; y ese orden interior se traduce en formas exteriores de comportamiento ordenadas. La cultura del consumo invita a la fragmentación y la desestructuración, pero en el fondo de lo humano late la necesidad de un cierto orden interior que tome la rienda en medio de la desmesura.

 

  • Libertad. Por encima de todo y frente a todos. Libertad como necesidad. Precisamente en nombre de esa libertad se comienza en muchas ocasiones el consumo de alcohol. Es la necesidad de tener que elegir, pero elegir para vivir en plenitud. Por eso, enfocar bien la libertad desde el principio es fundamental, pues en un marco de represión o de coacción el ser humano queda totalmente determinado.

 

  • Riesgo y aventura. Y más el adolescente que empieza a volar, que sale de casa, llega tarde, se traslada fuera de los confines del barrio, busca los límites y hasta la transgresión de la norma. Arriesgarse tiene que ver con atreverse, porque una vida sin riesgo ni novedad es un aburrimiento. En sí misma la aventura no es ni buena ni mala, es una necesidad humana. La cuestión estriba en encontrar espacios adecuados para desarrollar saludablemente esta necesidad vital.

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VALORES ASOCIADOS

Este pequeño mapa de necesidades (que obviamente habría que completar) debe traducirse en estrategia de prevención para padres y madres. La familia es el ámbito natural donde los chavales aprenden valores y se configuran como sujetos éticos. Por eso hemos de transitar de las necesidades a los valores. Se trata de prevenir desde lo positivo, sabiendo que nuestros hijos son materiales en construcción; son como juncos, flexibles, pero frágiles; vigorosos, pero débiles. Los adolescentes van construyendo su identidad a trozos, como quien arma un puzle pero que no tiene tapa; y ahí estriba su dificultad mayor; estos chavales caminan muchas veces sin imágenes en las que descubrir un proyecto de vida que merezca la pena. Porque la referencia de los padres, en el mejor de los casos, está bien, pero no basta. ¿Podemos intervenir en ese proceso? Querámoslo o no, lo hacemos, en tanto que también -aunque no solo, insisto- somos referencia positiva o negativa para ellos. Más vale que seamos conscientes de ello y lo orientemos de forma positiva. ¿Cómo? Tejiendo vínculos cuidadosos de necesidades cruzadas con valores, en la conciencia de que son valores en construcción.

 

APUNTAMOS TRES VALORES BÁSICOS:

  • Desde la necesidad de poner orden en la vida podemos vincular el valor de la autonomía moral, entendida como la configuración de un tipo de persona con pensamiento y criterio propio, capaz de hacer frente a los desafíos de la sociedad masificada; es lo contrario a la dependencia o a la imposición. Este valor ayudará a que el chaval desarrolle su mundo interior con contenido sólido, con tiempo de reflexión, incluso de silencio en medio de tanto ruido. La autonomía posibilita crecer de dentro hacia fuera.
  • Desde la necesidad de ser libre podemos vincular el valor de la responsabilidad, como forma de apuntar a las consecuencias de las decisiones que se toman y se han de tomar. En este caso, por ejemplo, la realización estable de algún deporte obliga a tomar decisiones en favor del equipo, en favor de la mejora continua, en favor del progreso personal. Este ejercicio igualmente servirá al adolescente para ejercitar la responsabilidad como anticipación ante el resto de dimensiones de su vida, incluida la diversión con los amigos.
  • Desde la necesidad del riesgo y la aventura podemos vincular el valor de la solidaridad como ese despertar ante la realidad de los migrantes que se hunden en el Mediterráneo o los compañeros que sufren acoso escolar o el abuelo enfermo que vive solo en el piso de al lado. El riesgo no es transgredir las normas sino apostar por modos de utilización del tiempo nada convencionales. Ser solidario es algo anómalo, raro, que hace muy poquita gente. Por eso hay que convertirlo en aventura de vida buena para todos. La adolescencia es una etapa de la vida donde es necesario descubrir que hay vida más allá de uno mismo, y a veces esa vida resulta ser dolorosa, presidida por la enfermedad, la soledad o la exclusión social. Acercarse a la realidad de quien sufre cerca o sensibilizarse ante lo que sucede lejos del adolescente, es un antídoto efectivo ante formas de comportamiento que buscan la evasión fácil.

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DESDE EL EJEMPLO PERSONAL

Los valores se encarnan en las cosas, en los acontecimientos y en las personas. Si creemos que la educación en valores que cuidan la vida y que movilizan hacia una sociedad más humana, es un camino adecuado para prevenir el alcoholismo entre los adolescentes, hemos de pensar que esos valores han de pasar por la prueba del ejemplo que damos padres y madres.

Es el ejemplo quien mejor educa. Por tanto, la ejemplaridad es un requisito imprescindible en el educador (padres y madres lo somos) en cualquier circunstancia, pero en tareas de prevención, mucho más. Es el valor que hemos de incorporar en nuestro modo de comportamiento hacia nuestros hijos. La ejemplaridad es la conciencia de ser referente moral para los demás a través de mis palabras y de mis actos. Como padres sabemos que solo tenemos nuestra palabra y nuestro ejemplo personal; a través de estos dos ejes conducimos el carro de los valores. Lo queramos o no, como sucede en el caso de los maestros y maestras, somos modelo para nuestros hijos, y esto nos responsabiliza para saber estar a la altura de las circunstancias, dispuestos para intervenir, a veces aplaudiendo, y en otras ocasiones corrigiendo. Quien educa es consciente de que su persona, sus actitudes y estilo de vida, constituye su mejor capital moral y ejerce una influencia mucho más profunda que cualquier charla a destiempo.

La prevención no debe centrarse en solo asustar imaginando las consecuencias no deseables del alcoholismo u otras sustancias. Hay que informar a los chavales de los riesgos ciertos que supone beber en exceso, y vivir instalados en el exceso. Pero somos conscientes que los mayores éxitos en la prevención se han conseguido mediante una perspectiva enfocada hacia la transmisión de valores, construcción de competencias, y no a la corrección de debilidades. Sabemos que existen algunas energías que actúan como amortiguadores contra el deterioro personal que conduce a la apatía y el desgaste: el valor, la esperanza, el optimismo, las habilidades interpersonales, la fe o la comunión con la naturaleza.

La prevención, en estos momentos, ha de estar presidida por el cuidado de la vida, esto es, el cuidado de uno mismo, de los próximos, de los extraños, del entorno natural en el que vivimos y del planeta. Será una forma constructiva de canalizar las formidables energías humanas que incuban los adolescentes y que no encuentran fácil salida.

Por último, somos conscientes de que lo que aquí planteamos ha de ser abordado de forma multidisciplinar y con el concurso de distintos actores. No basta la familia, solo; no basta la escuela, solo; no bastan las organizaciones de la sociedad civil, solo. La prevención, desde el punto de vista ético, precisa de una estrategia de trabajo mancomunada entre muchos; cuantos más mejor. Y al menos, en el marco del centro escolar donde acuden nuestros hijos, establezcamos puentes de reflexión, formación y acción. Sin duda, el espacio de la tutoría constituye el momento más adecuado para trabajar con los chavales en esta tarea de prevención. Y la tutoría con los padres es el espacio complementario para, al menos, construir una primera alianza entre escuela y familia.

 

Luis Aranguren Gonzalo, Consultor y formador

Revista PROYECTO nº94 Septiembre 2017

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